miércoles, mayo 30, 2007

 

Doctor, me duele aquí

¿Se puede ser hipocondríaco por tener los síntomas de la hipocondría?
Cada vez que leo los requisitos para ser un buen hipocondríaco me identifico con todos. Pero no me pasa lo mismo con cualquier otra enfermedad, así que estoy un poco liado.
El problema es que ser hipocondríaco es complicado: hay que estudiar una enfermedad, empezar a asociar los síntomas con los propios (esto es lo más fácil, porque se permite cierta libertad: si una enfermedad mortal se detecta por un fuerte dolor en la boca del estómago y está un poco desviada hacia el tobillo se puede considerar una rara mutación de esa enfermedad) y, finalmente, ir al médico. Lo último es lo que más pereza me da.

Tampoco estoy acostumbrado a sentirme físicamente mal (aparte de tener siempre sueño), así que de momento me reservo lo de ser hipocondríaco para el futuro.
Está bonito eso de no ponerse malo, aunque tiene sus pegas. Cuando me pasa algo estoy desorientado, no sé si el dolor que siento es normal, más o menos de lo normal. Y no me atrevo a quejarme, porque no tengo para comparar. Y me asusto, porque quizá debería quejarme y lo estoy dejando pasar.
También tiene ventajas. A la mínima que me siento mal, la sensación es desagradable (para todo el mundo, pero cuando uno se acostumbra lo deja correr) y trato de solucionarlo. Las instrucciones que me dan las cumplo a rajatabla, hasta sentirme renovado (y un poquito mejor, de propina) y entonces ya puedo volver a descuidarme como siempre.

En esta bendita ciudad también tiene que haber enfermos. A la fuerza. Aunque sea sólo por estadística y por la cantidad de artistas que hay (enfermos mentales como mínimo).
En España cualquier ciudad que se precie tiene un personaje que se dedica a recoger cartones, chatarra y basura en general para luego revenderla. La leyenda cuenta que es una persona con mucho dinero, a veces de familia y otras veces ganado a base de recoger cosas.
Imagino que en algún caso será verdad, lo que es claro es que este personaje no distingue realidades históricas ni estatutos ni nada.
No sé si aquí habrá de eso, los que se dedican a recoger botellas no pueden ser ricos, hay sobre-oferta de mano de obra cualificada para esas tareas.
Aparte de ese grupo, en esta bendita ciudad hay muchísima gente que, a primera vista, está fatal.
Como todo depende del lado desde el que se mire, la situación me parece hasta bonita: aquí se puede vivir teniendo la cabeza en otro planeta. Pueden vivir, nadie les molesta, no son encerrados en manicomios para evitar la vergüenza de la familia... Me pregunto si habrá más locos en España, pero los tienen a todos escondidos.

La prueba irrefutable, de verdad, de cómo anda el nivel aquí es esa afición que tienen a practicar lo que llaman "Despelotarse a la Mínima Oportunidad" o, en una traducción más literal "Cultura del Cuerpo Libre", que viene a ser lo mismo pero queda mucho más aparente.
No es ni medio normal, que a la que ven el sol ya se tumban en los parques y se quitan la ropa. Como esta gente está muy preparada, también tienen sus cosas para mostrarse al mundo cuando hace frío.
Por muy prevenido que uno esté, cuando se encuentra de repente con los practicantes de esta pseudo-religión lo menos que le pasa es quedar traumado para el resto del día.

Creo entender por qué Don Quijote es español, aquí habría pasado inadvertido.


martes, mayo 22, 2007

 

Espejito, espejito mágico

Traumado estuve toda mi infancia. En casa había un armarito metálico con espejo encima del lavabo. Yo no llegaba al espejo y me tenía que mirar en los cajones de metal; más o menos me hacía una idea de la imagen, pero no era la mejor.
Cuando crecí y llegaba sobrado mis padres decidieron comprar un espejo cuatro veces más grande. No es que me moleste, porque ahora sé que podría engordar hasta ocupar tres veces lo de ahora y me seguiría viendo entero, pero podían haber tenido el detalle unos años antes.

En mi casa ahora no hay espejos. Quiero decir de cuerpo entero.
Tengo el del baño para peinarme y verme las ojeras. Ya apenas me miro la lengua.
Recuerdo un tiempo en que me obsesioné con la teoría de que cuando uno enferma del estómago la lengua está sucia.
No hacía más que sacarle la lengua al espejo para comprobar que siempre estaba malo. Es normal, teniendo en cuenta que nunca supe qué color tiene una lengua limpia.
Así que, el día que me sentía mal, comprobaba que la lengua estaba sucia. Otros días me sentía bien hasta que comprobaba que tenía la lengua sucia.
También es verdad que sí, que los días que estaba muy blanca de verdad estaba peor.

Cuando llegué por primera vez a casa me di cuenta del detalle del espejo. Hay uno medianamente grande, pero empieza a la altura del esternón, así que la utilidad es la misma que la del que hay en el baño. Inclinando y viéndolo con perspectiva todavía puede servirme para ver alguna otra parte de mi cuerpo.
Además, ese espejo tiene un par de rajas que lo atraviesan. Ya me acostumbré a que la gente me recordara mi mala suerte. Imagino que eso se aplica para el que lo rompe, no para que el que lo tiene; de momento estoy relajado.
No voy a negarlo, me da pereza comprar un espejo, cargarlo con él y colgarlo de la pared.
La solución que he encontrado me parece buena: me miro en los espejos de las tiendas cuando me compro ropa.
Simplemente basta con retener la imagen en la memoria para saber cómo me queda. Que quita espacio para retener otras cosas pero no está mal. Hay partes de mi cuerpo que, con o sin espejo, no llegaré a ver.
Está la otra opción, de mirarme en los escaparates cuando paseo por la calle. No lo suelo hacer mucho, pero sí he visto hacerlo. La idea es que uno gira la cabeza como si estuviera mirando lo de dentro, pero todo el mundo se da cuenta de la realidad.
Parece un poco narcisista, pero no tiene por qué. Simplemente uno salió de casa hace mucho y aún no ha pillado un espejo a mano.
Hacerme fotos para verme bien es arriesgado. Acabaría poniendo poses y creyéndome modelo.

En la misma línea de no prestar atención a mi cuerpo está el no tener báscula. Pero también es verdad que a veces encuentro alguna que puedo usar (por ejemplo, la cinta del aeropuerto donde pesan las maletas, me entran siempre ganas de subirme un momento, ¿a ellos qué les costará dejarme hacerlo?).
Al fin y al cabo, la ropa me sigue quedando igual que siempre, seguro que no estoy sufriendo cambios importantes.

viernes, mayo 11, 2007

 

El patio de mi casa es particular

Cuando llueve, se moja, como los demás.
Y tanto que se moja, al principio parece que el castaño proteje un poco, pero es una ilusión sólo válida para una lluvia suave.
Está bien eso, a ver si con suerte se limpia la bici, que tiene algunos rincones que ya necesitan ser limpiados. Me di cuenta hace una semana y no tardé nada en decidir que antes le ato una cuerda y la tiro al río que pasarle una esponja. Ojalá siempre fuera tan fácil decidir.

La primera vez que entré en mi casa y vi ese patio tan pequeño, con las ventanas de enfrente tan cerca, tan grandes, tan vacías de cortinas... me vino a la mente la idea de partirme una pierna y curiosear por la ventana en plan "La ventana indiscreta" (la original, emular la versión de Christopher Reeve me parece truculento).
Hubo mala suerte, no tuve ningún mal tropezón y la idea se evaporó.

Durante el invierno todas las mañanas veía el nido vacío en el castaño (por lo que parece los pájaros alemanes hacen al revés que los humanos: tienen la casa de verano en el norte de Europa) y deseaba que llegara el calor para ver cómo es la vida de estos bichos.
Tenía que haberlo supuesto, los pájaros llegan depués de las hojas y las flores. No se ve nido, ni ventanas de enfrente ni nada. No me he deprimido porque el cambio ha sido progresivo, pero me ha quitado bastante la ilusión.
Por cierto, que espero que no todas las flores que hay en el árbol se conviertan en castañas, o tendrán que meter un quitanieves para pasar por el patio.

El otro día, de casualidad, me acerqué a la ventana para abrirla y me encontré enfrente a una vecina en la ventana con un libro.
Qué mona, mirando llover. Seguro que oyó ruido, se asomó y vio que del cielo caía algo; luego descubriría que ese líquido incoloro y de bajo contenido en alcohol era agua ¡que caía del cielo! La pobre, es normal, tanto tiempo sin llover que a todos se nos había olvidado cómo se rellenaban los ríos por el método tradicional (aparte de los trasvases). Porque del cielo no sólo cae maná, aunque lo diga la biblia.
Era eso o que no le apetecía encender la luz para leer y tenía que acercarse a la ventana que es donde llegaba lo poquito que dejaban pasar las nubes.

La cosa es que la chica leyendo no daba más juego y me puse a ver la tele. Lo que es el cerebro humano, que sin pensar ni nada acabé con Gran Hermano.
Básicamente es lo mismo que la versión española, sólo pequeñas diferencias culturales y que aquí no les echan en la comida ese aditivo que hace que las rubias muten y en unas semanas se conviertan en morenas, sobre todo por la parte de la raíz.
Tampoco aguanté mucho. Aquí les entiendo menos que en España y para inventarme los diálogos de desconocidos me monto en el metro, que además de ver y oir también se puede oler.

No sé si ahora estamos en un paréntesis del buen tiempo, o lo de antes era un paréntisis del mal tiempo.
Sea como sea, el otro día me reconocí en una frase de Elvira Lindo: "[...] la gente estaba loquita por este buen tiempo que está destrozando el planeta y que nosotros adoramos porque no pensamos en las generaciones venideras"

lunes, mayo 07, 2007

 

¡Estoy perdido!

Plagiando a Manu Chao:
Me gustan los aviones, me gustas tu.
Me gusta viajar, me gustas tu.
Me gusta soñar, me gustas tu.
Que voy a hacer,
Je ne sais pas
Que voy a hacer
Je ne sais plus
Que voy a hacer
Je suis perdu

Tanto tiempo creándome una especie de libro de estilo, unas normas no escritas que creía ir depurando y respetando para mantener unas formas que me gustaban.
Y de repente rompo todo en pedazos, sin respetar las reglas que creía básicas.
Me consuela pensar que de esta forma evito la monotonía, dejo de ser predecible y me demuestro que soy flexible y capaz de moverme en otros terrenos.

Hace 7 meses que te conocí (7, número mágico -uno de tantos-).
Mi primera impresión fue que estabas demasiado lejos de mí. Una pena, pero nada grave.
Al principio no me pareció que tuvieras una cara bonita, aunque ya fui consciente de lo impresionante de tus formas.
Poco después descubrí que tenías puntos raros, muy raros. Y así empecé a darme cuenta de lo increíble que eres.
Ya en aquel tiempo me sorprendió que en lo que más me fijaba era en tus defectos, remarcándomelos frente a tus virtudes. Parece que era un mecanismo de defensa: mi subconsciente es más inteligente que yo y ya se olía el peligro.
Ahora es demasiado tarde para protegerse. El escudo ha caído y has despertado sentimientos desconocidos, diferentes de la diversión, curiosidad o ironía.
No sé cómo lo haces, pero consigues que me den ganas de cambiar el mundo. A veces hasta creo que podría conseguirlo.
Ya sé que eres abierta y simpática y que te ofreces a todo el mundo, sobre todo a los recién llegados. Y a pesar de todo me haces sentir especial.
Después de este tiempo todavía consigues sorprenderme. A veces me cuesta imaginarme ese pasado gamberro que tienes.
Cuando miro el mundo a través de ti lo veo todo de otra forma. Siempre distinto, la mayoría de las veces mejor.
Contigo me reconcilio con los idiomas, me motivas para querer aprender más. Tú sola tienes más fuerza que todo lo que me desanima: declinaciones, géneros, plurales, verbos, prefijos, preposiciones...
Tantos grandes planes sin cumplir. Y tantos pequeños e improvisados que tan bien salieron.

Juraría que estoy hablando de esta bendita ciudad. Pero en esta vida sólo una cosa es cierta, como opinan los mayores; que saben más, como dicen, de las cosas de la vida.

miércoles, mayo 02, 2007

 

Numerología

Soy uno, cuando estoy solo,
somos dos, si tú estás conmigo,
somos tres, si somos dos y viene algún otro amigo
[...]

Me encanta la canción. Aprender divierte.

La unión de los números con los idiomas lleva a situaciones interesantes:
Me resulta curioso que tengan dos maneras de decir el número 2: La clásica, de toda la vida, y la que usan para distinguirlo del 3.
Lo más semejante que he encontrado para explicarlo es como si en lugar de decir sesenta y setenta, decidiéramos que sietenta también vale, y así se evitan confusiones.
Cuando alguien en alemán pide sexo, la mayoría de las veces lo que quiere es media docena.

Aparte de para hablar, los números son muy importantes en la vida diaria.
Por ejemplo, para la policía. Hacen cuentas y, cuando se prevé una bronca, aparecen tantos policías como manifestantes.
En algunos casos no es posible, pero en otros llega a haber más policías que civiles.
Podría parecer represivo, pero teniendo en cuenta que me he encontrado manifestaciones de 10 personas, consiguen más repercusión gracias a los policías, seguramente están hasta agradecidos de su presencia.

El objetivo principal de la policía aquí es no hacer nada.
Pero no como en España, que se trata de buscar dónde está la bronca para ir en dirección contraria, coger a cuatro infelices que no se defenderán y tomarla con ellos. Tan inocentes no serán, que esta gente que tira colillas en el suelo es muy peligrosa.
Aquí lo hacen de otra forma, son muy previsores y tratan de imponerse por el número (y el disfraz de Robocop, que también influye) antes de nada.
Y es que si alguien tiene ganas de liarla y ve que toca a 4 personas por policía se lo piensa un poco.
Lo que no tiene mérito es quemar contenedores cuando uno sabe que, a la hora de repartir, son 20 por policía.
Aunque algunos se deben de creer eso del estado represor, que es una lucha de David contra Goliat (será por lo de usar piedras, porque allí eran uno contra uno) y que detrás tienen el apoyo de un ejército de abogados y grupos políticos de presión que le sacarán de la cárcel si son arrestados. Sin saber que esas fuerzas sólo se ponen en marcha si se trata de dirigentes o se ponen en huelga de hambre (y esto sólo en el caso de que se demuestre que se podrá sacar tajada del asunto).
A los policías aquí los veo tranquilos.
Una panda de hinchas futboleros, que no hacen más que gritar en el vagón del metro, cantando y moviendo bufandas, los policías en un rincón (en varios rincones, repartidos), tranquilamente mientras los otros no salgan de las canciones.
Unos saben que no tiene sentido hacer nada, porque no están preparados (y porque el alcohol, aunque no lo parece, merma las capacidades) y los otros saben que tienen mejor formación y medios materiales.

Claro que las matemáticas a veces fallan y en todas partes acaban repartiendo. Pero no es lo mismo, y se nota.

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